Por: Germán Hennessey
Hace unos años dirigí algunos talleres de autoliderazgo y plan de vida a ciudadanos en proceso de relocalización laboral —personas desempleadas o quienes tenían algún trabajo informal y buscaban un empleo o contrato con una empresa—, en un programa financiado por el Estado a través de las cajas de compensación familiar. Los participantes recibían gratis una capacitación en varios temas de desarrollo personal y profesional, la opción de un curso técnico y auxilio económico. Actualmente, el gobierno mantiene esa iniciativa con múltiples mejoras: ofertas de diplomados, facilitando aprender nuevas competencias; y oportunidades para conseguir vacantes, lo cual muchos han logrado.
Tengo dos experiencias significativas de esos cursos: una, el honor, junto al placer del saludo cariñoso y espontáneo cuando me ven quienes aprendieron conmigo; la segunda, el motivo de este artículo.
Al presentarse en el taller, muchos indicaban que no tenían trabajo, ni realizaban otra actividad. Algunos mencionaban que poseían un pequeño negocio informal, por ejemplo: puesto de comida rápida, salón de belleza en casa, almacén de variedades y demás; otros, vendían artículos por catálogos de revistas, comercializaban productos de belleza o para el hogar; asimismo, señalaban que prestaban asesorías en campos como el Derecho, Contaduría o Psicología. Sin embargo, solían finalizar con la frase: “… y estoy buscando empleo”. Después de explicar detalles de lo que consideraban una ocupación no formal, les preguntaba: “Y tú, ¿para qué buscas empleo?”
Ante la sorpresa inicial, hacía con ellos una reflexión: sacábamos cuentas sobre los gastos generados por un trabajo, como transporte y alimentación; calculábamos la hora de salida y regreso al hogar, además del tiempo que estarían con los allegados. Luego, les pedía revisar las ventajas de su negocio casero: cuánto ganaban, en qué no gastaban dinero, el tiempo de permanencia en casa y de disfrute con la familia. De esta manera, indagaba sobre sus razones para buscar empleo, cuando, en mi opinión, tenían uno.
Encontré entonces que había un miedo a percibirse como profesionales independientes, emprendedores de pequeños negocios o propietarios de microempresas. Los primeros, anteponían la certeza de una quincena, aunque por cuenta propia podían ganar más dinero; o que el empleador costeara la seguridad social, pese a tener suficientes ingresos para pagarla de forma directa. Los segundos, preferían que otros tomaran el compromiso de invertir en ellos y su labor, en vez de asumir por sí mismos ese riesgo, a pesar de que muchos ya lo hacían. De manera que reorientaba el taller, con el fin de facilitar que esas personas reflexionaran sobre los beneficios que tenían y desaprendieran para aprender: dejar de ver que la única opción era convertirse en empleado, asumiendo así el paradigma de emprendedor; y definieran un plan de acción encaminado a mejorar sus competencias para tal objetivo.
EL EMPLEO PROPIO
Esta situación la sigo encontrando en diferentes perfiles de personas, sin distingos de edad, educación o género; son muchos los que consideran que requieren de la actividad formal —un contrato de trabajo con una empresa—, para tener un empleo real. Por eso, cuando pregunto “¿para qué buscas empleo?”, es porque aprecio que quien me consulta o narra su cotidianidad, ya realiza un ejercicio económico que le genera ingresos mensuales adecuados y goza de mejores condiciones de vida, en comparación con aquellos que laboran en horario de oficina.
Conozco a María Helena, por ejemplo, quien se vinculó a una compañía y debe contratar a alguien para que cuide a sus hijos; llega tipo 7 p.m. a casa, cansada; se alimenta regular por gastar poco en el almuerzo del restaurante que se encuentra ubicado cerca a la empresa. Ella tenía un pequeño negocio de producción casera —pudines, deditos y empanadas—; actividad que realizaba junto a su madre y, por temporadas, con una sobrina. Este oficio le generaba el dinero suficiente para los gastos familiares; además, podía pagarle a la mamá; de igual forma, lograba compartir con los niños, mientras los criaba como deseaba, porque estaba presente; asimismo, mantenía una mejor dieta al preparar los alimentos en el hogar.
María Helena solía asustarse, puesto que había semanas de pocas ventas; algunos meses se quedaba corta de dinero para comprar insumos y a veces sufría con los clientes a quienes les fiaba; asimismo, pensaba que ninguna entidad bancaria le otorgaría un crédito para una mejor cocina. Al considerarlo un rebusque, es decir, un ‘mientras tanto’, nunca fue consciente que era una microempresaria que padecía los mismos síntomas de cualquier gerente. Cuando comprendió que podía lograrlo, empezó de nuevo como una actividad paralela al oficio empresarial; trabajaba pocas horas en las noches, junto a una amiga, y a medida que avanzaba el tiempo, recuperó parte de los consumidores. En compañía de la socia, empezaron a crecer en el negocio; mientras, su madre vive con ella y cuida a sus hijos. María Helena ahora es una desempleada formal, haciendo el diplomado de gerencia en el programa que describí al inicio; solo que ya no está en búsqueda de trabajo, sino que aprovecha la oportunidad para prepararse porque entendió que es posible generar un empleo propio como microempresaria.
Todos buscamos un trabajo que nos permita ganar dinero para vivir bien nosotros y nuestras familias, solo que no es únicamente un asunto de efectivo, sino de calidad de vida. Algunos —mujeres u hombres, jóvenes o mayores—; consiguieron sacar adelante un negocio propio, informal en muchos casos, permitiéndoles además de generar ingresos, gozar de los allegados y obtener bienestar. No se han dado cuenta que tienen algo más que un emprendimiento, pues han logrado, por sus propios medios, una condición digna. Cuando son conscientes de las victorias, crecen, desarrollándose como personas y emprendedores. Por eso, sigo preguntando en diversas ocasiones: y tú, ¿para qué buscas empleo?