POR: LORE JARABA
Poco antes de escribir esta columna, vi el teaser de la próxima adaptación de La Sirenita, mismo que en redes sociales desató comentarios racistas en contra de la actriz Halle Bailey, quien, por su apariencia, ha sido rechazada, alegando que no existen las sirenas negras. Esto me hizo reflexionar, porque la cinta no será para adultos, sino para el público infantil.
Días después, vi un reel en el que se observaba a varias niñas afroamericanas teniendo su primera impresión de ese video y su reacción fue tan genuina que aún recuerdo una de ellas: “Ariel se parece a mí”, escuchar eso me sacó lágrimas, porque los patrones de belleza establecidos nunca aprobaron que una princesa de Disney fuera negra y, hacerlo hoy, le permitió a esa niña sentirse representada.
Hablar a profundidad del racismo en Hollywood podría llevarnos mucho tiempo, porque requiere de un análisis sociológico sobre el elitismo, odio a los raizales y lo que fue el whitewashing desde los años 60 —hombres y mujeres blancas, que interpretaban papeles de personas afro, asiáticas, nativas, etc.— Personas blancas, cubiertas de betún, eran las que representaban a la comunidad negra y, por ejemplo, el actor blanco, Mickey Rooney, interpretaba a los asiáticos.
Sin embargo, este pensamiento de no permitir a las personas de una etnia salir en pantalla, poco a poco, ha cambiado y esa reivindicación de sus derechos ha sido liderada hasta por los mismos actores, por ejemplo, cuando Marlon Brando no recibió el Oscar como Mejor Actor por su papel de Vito Corleone en The Godfather —1972— y, en su lugar, envió a una mujer nativa americana a dar un discurso activista.
Hoy en día, esta no aceptación por parte del público para papeles que, anteriormente, fueron interpretados por blancos, no siempre se da, hay muchos casos en los que los personajes fueron llevados a la pantalla por intérpretes raizales, pero nadie se quejó de ellos, por el contrario, han sido amados por todos. Las razones pueden ser muchas, quizá, porque se trata de actores respetados o, probablemente, nos creemos con el derecho de decidir qué persona de una etnia o grupo minoritario puede tener un papel importante.
El primer caso del que les hablaré es el de Jason Momoa, un actor hawaiano, de tez oscura y cabello marrón, que fue aceptado por todos como Aquaman, un personaje que vimos en los comics, desde siempre, con cabello rubio y piel blanca; incluso, desde la adaptación animada de los 70, hasta sus últimas apariciones, en 2021, también conservaron dichos parámetros, pero todos olvidaron esto cuando fue escogido y pudo desarrollar su papel con normalidad.
Un caso que me encanta, y es muy impactante en la cultura popular, es el del consolidado Morgan Freeman, un hombre negro, nacido en Memphis, quien fue aclamado cuando representó a Dios en el largometraje Bruce Almighty —2003—. Verlo en esta película, simbolizando al ser más sagrado para muchos creyentes y que siempre fue personificado como un hombre blanco, es muestra de que no siempre se trata del color de piel, sino del excelente papel que pueden lograr.
Otro caso que puedo contarles es el del gran Samuel L. Jackson, un actor nacido en Washington D. C., muy querido por todos, que interpreta a Nick Fury en el Universo Cinematográfico de Marvel, personaje que en 1998 fue hecho por David Hasselhoff, quien se parece mucho más a la representación tradicional del comic: acuerpado, blanco y canoso. Sin embargo, nadie se imaginó que una adaptación del comic de 2001 fuera a darle el papel a Jackson, pero, claramente, es grandioso y su color de piel no nos importa.
Una vez mi profesor Julio Lara dijo en una clase que el cine era la interpretación del autor; lo anterior, me hace pensar que, si la realidad es que ese autor presenta a un personaje de distinta manera, es su enfoque. Además, se debe tener en cuenta que ahora la Academia al Mérito y demás organizaciones del séptimo arte, exigen que, para entrar en competencia, las producciones hayan contado con un equipo conformado por mujeres, nativos, afros y otros requerimientos.
Ahora, el llamado es a la audiencia, porque es momento de aceptar que no hay una sola forma de hacer cine, pues por encima de todo es arte y puede existir un Superman de tez oscura, un elfo negro con una líder mujer en The Lord of the Rings: the Rings of Power o personas de la familia Targaryen negras en House of the Dragon —ambas de 2022—. No aceptar esto, es un acto de racismo profundo y no tiene que ver con los libros en los que se inspiran, porque son, precisamente eso, inspiración.
Me despido, no sin antes disculparme con las personas que hacen parte de alguna etnia, si en algún momento se sienten aludidos de forma negativa en este texto; mi intención, por el contrario, es generar una reflexión frente a los actos de racismo que noto entre los que apreciamos el séptimo arte. Recuerden seguirme en Instagram y TikTok, soy @2facecine