viernes, julio 26, 2024
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LENGUAJES LIBRES DE MACHISMO: LAS PALABRAS COMO HERRAMIENTA PARA CAMBIAR IMAGINARIOS SOCIALES

POR: FABRINA ACOSTA

“Hay que actuar como si fuera posible transformar radicalmente el mundo. Y tienes que hacerlo todo el tiempo”,

Angela Davis.

Desde pequeña escuché que los seres humanos nos diferenciamos de los otros seres vivos por la capacidad de comunicarnos verbal y no verbalmente, que bonito es ese universo de sentir y pensar con el derecho a la libertad de expresión; en ese sentido, nuestros lenguajes deberían ser senderos de pacificación, coconstrucción y plenitud.

Lastimosamente, la realidad devela otras situaciones por causa de lenguajes violentos o verticales, ya que se inician grandes conflictos, terminan relaciones o coartan libertades; es decir, se desdibuja el respeto por la  otredad —aquello que es diferente a lo propio y tiene derechos—. Los lenguajes son tan poderosos que sostienen culturas, las dinamizan o destruyen; por ello, se hace necesario poner la mirada hacia las transformaciones de los mismos, para que sean cada vez más incluyentes, equitativos e igualitarios.

Considero importante mencionar que hay cambios significativos en las formas de nombrar a determinadas poblaciones que han impactado la manera de intervenir en procesos psicosociales, como el de no llamar menores a la infancia en el Código de la Infancia y la Adolescencia —Ley 1098 de 2006—, sino niños, niñas y adolescentes, otorgando existencia a los géneros y reconociendo la capacidad de pensar y sentir de este grupo poblacional, pues en el antiguo Código del Menor eran mencionados como menores y desde el lenguaje no se les otorgaba esa entidad viva que merecen los niños y las niñas.

El anterior ejemplo lo tomo como punto de partida a la importancia de crear una cultura de lenguajes no sexistas, que comuniquen desde el respeto por las diversidades sexuales, no solo la mirada binaria masculino y femenino, sino todas las libertades del ser; lenguajes que logren trascender a mandatos patriarcales que se nos asignan desde antes de nacer y que marcan nuestras formas de pensar y actuar, estableciendo estereotipos de género sobre qué y no hacer, feminizando o masculinizando roles.

Asimismo, los lenguajes machistas arraigan imaginarios sociales que disminuyen lo femenino a dependencias o sometimientos de poderes masculinos; esto es histórico, pero no quiere decir que deba ser eterno, pues se denominan culturas por su capacidad de transformarse y no se debería asumir una postura de resistencia a los cambios que se amparen en —así siempre se ha hecho y se seguirá haciendo—  la última década, ya que han surgido iniciativas académicas, propias del feminismo y otros movimientos transformacionales, como la comunicación para el cambio social, la cual, entre muchos otros aportes, nos exhorta, respecto a la importancia de expresarnos, desde lenguajes incluyentes que no le quiten existencia a las mujeres y no aporten al incremento de las brechas de género que ya existen y nos siguen costando cerrar.

No se trata solo de decir ‘todas’, ‘todos’ o ‘todes’, eso es una parte fundamental, pero no se agota ahí, pues se trata de algo profundo, porque el lenguaje es un pilar fundamental para lograr la equidad e igualdad, desde el marco de los Derechos Humanos. Esto implica reconocer las diferencias desde visiones circulares y no a partir de criterios dominantes de unos sobre otras.

Es preciso que las nuevas generaciones crezcan comprendiendo que en el mundo entramos todas las personas y que normalizar las microviolencias o violencias solo nos seguirá instalando en sociedades involucionadas que siguen reportando feminicidios, torturas o violaciones.

No se puede llamar exagerada ninguna acción transformadora que pretenda generar consciencia y crear nuevas realidades; en este caso, el lenguaje no incluyente o sexista es una forma de seguir “legitimando” prácticas machistas que, inevitablemente, transitan con peligrosa libertad, destruyendo relaciones, considerando el cuerpo de las niñas trincheras de abuso sexual y a las mujeres objetos serviles de sus instintos. Quisiera que esto tan crudo correspondiera a una hipérbole inventada por mi creatividad de escritora, pero lastimosamente hace parte de la realidad, por tanto, es momento de que desarraiguemos prácticas patriarcales que lastiman a quienes las ejercen o son víctimas de las mismas; aunque una gran noticia es que uno de los puntos de partida para este enorme desafío es el lenguaje incluyente, donde exista dignamente toda la gente.

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