viernes, abril 19, 2024
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LA SORORIDAD: EL GRAN DESAFÍO DE LAS MUJERES

Por: Fabrina Acosta

“Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué sería de las mujeres sin el amor de las mujeres?”,

Marcela Lagarde.

El concepto sororidad significa hermandad entre mujeres. Marcela Lagarde sostiene que “la alianza de las mujeres en el compromiso es tan importante como la lucha contra otros fenómenos de la opresión y por crear espacios en que las mujeres puedan desplegar nuevas posibilidades de vida”. Por ello, la sororidad no debe ser un imposible y aunque implica un cambio profundo en la cultura de relacionamiento, la opción de hacerse realidad representa beneficio para la causa igualitaria.

No se sugiere la sororidad como solución absoluta de una problemática tan compleja como lo es la violencia contra las mujeres o desigualdad entre géneros, pero sí es uno de los senderos que aporta a este gran desafío mundial; pues al mundo le urge lograr una vida sin violencias y brechas sociales, propias de las discriminaciones basadas en género.

Es claro que la sororidad no se refiere a la utopía de lograr relaciones perfectas entre mujeres, va más allá, pues comprende, incluso, los desacuerdos, pero desde una visión de hermandad, donde es posible crecer, luchar y convivir, lo cual, paralelamente, aporta a la garantía de sus derechos. Mujeres que logran vivir en hermandad, luchando por la causa de igualdad y equidad de género, desde una visión académica y política que reivindica sus derechos, y es este proceso el que merece ser llamado feminismo en su expresión más pura.

De este modo, no hay que olvidar que, a pesar de la tergiversación a la que someten al feminismo, la herramienta de comprensión feminista va unida a la cultura en la construcción de identidad, por lo cual es pertinente afirmar que el feminismo no es una retaliación contra el machismo y los hombres, sino un ejercicio democrático que tiene como objetivo lograr un mundo libre de violencias basadas en género y, especialmente,  las ocurridas por el hecho de ser mujer, una sociedad en equidad e igualdad, la cual no se resista a la participación femenina en los diferentes ámbitos públicos que le han sido restringidos históricamente.

En este sentido, es importante que las mujeres aprendan a relacionarse desde alianzas —entre ellas— que fortalezcan su avance y proyección; la sororidad es una cultura que urge tejer para combatir arraigos machistas a los cuales les conviene mantener a las mujeres desunidas y con una falsa creencia de permanente competencia y conflicto entre ellas, obedeciendo a una cultura de sospecha, desconfianza y antisororidad hacia las otras.

SORORIDAD NO ES LO MISMO QUE SOLIDARIDAD

La sororidad va más allá de la solidaridad, porque no corresponde a las relaciones que se dan en el marco de los valores sociales de convivencia como algo básico y cotidiano; pues la sororidad tiene implícita la modificación de las relaciones entre mujeres y esto lleva a una transformación social respecto al concepto de las formas de integrarse, que incomoda a los mandatos machistas a los cuales les conviene que entre mujeres no nos percibamos como aliadas. De este modo, la sororidad se traduce en hermandad, confianza, apoyo y reconocimiento entre mujeres para construir un mundo distinto; recordando siempre que son diferentes, pero no por eso incompatibles y enemigas.

MUJERES ATRE-VIDAS

Para las mujeres que se atreven a cambiar los paradigmas y no le temen a los retos que esto implica, la sororidad no les queda grande, demuestran que no son competencia, reaccionan ante el criterio machista de mantenerlas en conflicto y en clave de enemigas; esto último, es un salto poderoso de valentía, porque ante eso el machismo tiembla un poco y abandona la comodidad de muchos años.

Cuando las mujeres se unen, avanzan de manera significativa, porque no son pocas las luchas que deben enfrentar en la transición de lo privado —familiar— hacia el mundo público y los diversos procesos de empoderamiento; por ello, desde la sororidad pueden blindarse y sobreponerse a los ataques o retaliaciones del machismo por la nueva ola de las mujeres, por el despertar que les permite descubrir las posibilidades de cambiar recetas y vivirse a plenitud como un ser autónomo, capaz y creativo.

La mujer ha comenzado a entenderse como un ser capaz de existir, sin estar —exclusivamente— constreñida a un cúmulo de prejuicios y arraigos del machismo; es claro que aún falta mucho, pero se ha iniciado el camino. Lo primero es que las mujeres han hecho consciente la importancia de luchar por sus derechos, generar espacios y visibilizar sus liderazgos, lo cual no se relaciona a desdibujarse de su esencia femenina o volverse enemigas de los hombres. Por ello, la sororidad se convierte en el fortalecimiento de las relaciones entre mujeres como aliadas en la búsqueda de una vida en equidad e igualdad de derechos.

Respecto a esto, es propicio citar una reflexión de Marcela Lagarde: “Por eso, para pactar es preciso reconocer que la cultura femenina tradicional vigente entre nosotras, no incluye conocimientos, habilidades y destrezas para agendar, ni pactar. Que muchas aprendemos en el estilo masculino y patriarcal para luego desaprenderlo al sentir cuán contradictorio es conducirnos así entre nosotras, lo estéril de ese proceder y la necesidad de construir la alianza entre las mujeres desde una posición política de género. Para desmontar esa estética y esa política hemos usado habilidades y experiencias generadas en la cultura femenina del apoyo cuerpo a cuerpo y subjetividad a subjetividad personal entre mujeres. Ha sido un recurso metodológico para realizar la crítica deconstructiva de la agenda y los pactos a la usanza masculina, las formas excluyentes, sectarias, supremacistas y violentas de enfrentar las disidencias y los conflictos”.

SER MUJERES –  SER SORORAS: RESISTENCIA CONTRA EL PATRIARCADO

Como se ha mencionado, existen infinitos estereotipos hacia las mujeres, establecidos por el patriarcado que la instalan en esquemas de rivalidad con otras y de labilidad emocional que limitan sus capacidades y que sigilosamente arraigan prácticas machistas, naturalizándolas en roles femeninos y masculinos como formas adecuadas de relacionamiento y, sobre todo, asignando roles de sometimiento a las mujeres que generan las estadísticas de violencias basadas en género; por ello, el machismo y sus prácticas siempre sentirán incomodidad con la presencia de mujeres autónomas, conscientes de sus derechos y reconociendo la importancia de tejer alianzas con otras, para avanzar en propósitos comunes como la reivindicación de los derechos y una vida libre de violencias, dado que esta situación visibiliza, incluso, las microviolencias y los imaginarios sociales que arraigan dichas violencias basadas en género, que históricamente han tenido de cómplice a la impunidad y el silencio social.

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