Por: Giovanni De Piccoli
El arte, desde siempre ha sido un medio para testimoniar fragmentos de historia en los múltiples episodios, durante los cuales se desarrollen hechos importantes, ya sean eventos positivos u otros, muy a pesar de este medio comunicacional, que es el arte —en sus varias manifestaciones—, son negativos. Cuando es así, la expresión plástica no tiene delimitación de tiempo y espacio, ni está circunscrita a fronteras específicas, más aún, cuando dichos acontecimientos son de carácter global.
En estos momentos en donde el mundo se ve abrumado por situaciones que atentan contra nuestra humana existencia, se puede descubrir, mediante la mano de los artistas, en diferentes épocas y estilos —pictóricos más que todo—, como ellos sintieron y palparon esas circunstancias, dejando así a la posteridad, un vestigio inmortal del sufrimiento humano. Siendo niño, mis padres en un viaje al sur de Italia, me llevaron a visitar las ruinas arqueológicas de Pompeya y Herculano, a decir verdad, no recuerdo mucho, pero aquello que quedó impregnado en mi memoria fueron las representaciones en plástico de las figuras humanas que están casi petrificadas, debido a la acción de la ceniza volcánica, el lodo y fuego de esta terrible manifestación de la furia de la naturaleza; el monte Vesubio, que se ensañó contra las poblaciones romanas y sus alrededores en el año 79. La historia menciona que dicha catástrofe natural cobró la vida de miles de personas; sin embargo, hasta la fecha, solo se han encontrado unos 1.500 cuerpos, que se convierten, junto a las ciudades afectadas, en objetos de estudio de la arqueología, arquitectura y el arte, por supuesto.
Plinio el Joven, literato de esos tiempos, describe el desastre en la Epístola VI 16 y 20 con esta frase: “…Amplias capas de fuego iluminaban muchas partes del Vesubio; su luz y su brillo eran más vívidos por la oscuridad de la noche. Era de día en cualquier parte del mundo, pero allí la oscuridad era más oscura y espesa que cualquier otra noche”. En épocas más cercanas, un lienzo de John Martin —pintor inglés— en 1822, realiza un espectacular óleo sobre la destrucción de las dos ciudades, la majestad del volcán en erupción es abrumadora, el manejo del color del artista sumiendo el paisaje en el claroscuro de la noche salpicada por el fuego carmesí, le da un realismo inquietante a la pieza artística, que nos acerca a la realidad fatídica de ese día en la historia europea, donde el día se hizo noche. Misma narración, que ya actualmente pudimos ver recreada con la producción hollywoodense: ‘Pompeii’ en el 2014, en el elenco participó Kit Harington, célebre protagonista de ‘Games of thrones’, quien encarna a Jon Snow.
La misma temática —actividad volcánica— dejó una pieza de arte dramática y real en nuestro país, debido a la devastación que padeció el municipio de Armero, Tolima, en el año 1985, con la explosión del volcán Nevado del Ruiz: una fotografía de Carol Guzy, ganadora del Premio Pulitzer en cuatro ocasiones. La imagen es una coincidencia casi analógica de los cuerpos petrificados en Pompeya, es el brazo de un hombre hecho escultura viva en roca, que sale del barro solidificado, lo cual puede tener dos lecturas si se analiza: un nadador de competición en una piscina de tierra, lodo y ceniza, haciendo referencia a la avalancha que sepultó todo un pueblo y a sus moradores el 13 de noviembre; o la desesperación de un ser humano atrapado, que queda inmóvil y sucumbe ante la fuerza de las olas que arrasaron sin piedad, madera, concreto y piel.
En 1348, se dio en Europa uno de los acontecimientos más tristes de la historia del viejo continente, la peste negra, una plaga que sumió en la muerte y desesperación a pobres y ricos por igual. En esa época, el origen se vio como un castigo divino e, incluso, el resultado de conjuros maléficos de la parafernalia medioeval con sus creencias en brujas y hechiceros. Luego, los avances de la ciencia explican que fue producto de una bacteria que habitaba en roedores, transmitida a los humanos, a través de la picadura de las pulgas en ellos; así, el virus fue esparcido rápidamente. Según un artículo publicado por National Geographic, cerca del 60% de la población en toda Europa fue diezmada, es decir, de casi 80 millones de habitantes, quedaron unos 30 millones, entre 1347 y 1353.
Una obra que expresa todo el dolor, miedo y las características visuales de la enfermedad es el famoso lienzo de ‘El triunfo de la muerte’ de Pieter Brueghel, 1562; la pintura es una desgarradora escena de visiones apocalípticas donde la muerte, a manera de esqueletos, cabalga sobre caballos, llevando miles de cuerpos que se apilan unos sobre otros en el pueblo, los detalles de la magistral, pero tétrica obra, si la observan, llegan al alma por su crudeza y detalle macabro, un espectáculo que no escatima en mostrar la frágil condición humana, ante cataclismos que en ciertos momentos superan la comprensión, cordura y naturaleza propia del existir. El cine que es el séptimo arte, recrea dicha situación y lo logra con varias películas, una de ellas es ‘Estallido’ en 1995, protagonizada por Hoffman, Russo y Freeman; ‘Contagio’ en 2011 con varios actores reconocidos norteamericanos; ‘Virus’ en 2013 y quizá, ‘Soy leyenda’, estelarizada por Will Smith en 2007; el eje común entre ellas es una enfermedad que se expande de manera progresiva causando una pandemia mundial y aniquilando a casi toda la humanidad.
Lo cierto es que los seres humanos somos frágiles, aunque a veces creemos que podemos enfrentarlo todo como héroes de capa y espada, mientras en otras ocasiones queremos jugar a Dios; a pesar de que sí hemos inventado mucho durante largos periodos, el costo hacia nuestro medioambiente lo estamos percibiendo en la actualidad. El progreso desmesurado trae consecuencias, si no se tiene un equilibrio entre tecnología, hombre y naturaleza; si dicha trilogía no está debidamente equilibrada, la balanza se inclinará y los resultados pueden ser fatales. En estos momentos, cuando la delgada línea de lo que es fantasía y realidad se funden, es tiempo también para meditar sobre quienes somos como especie y cuál será el mundo que le dejaremos a nuestros hijos, será acaso un lienzo de devastación y negra soledad o, por el contrario, una bella acuarela de hermosos paisajes llenos de color, alegría y armonía.