viernes, abril 19, 2024
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EL ARTE DE NO ACONSEJAR IMPACTE A OTROS DE MANERA POSITIVA EVITANDO LOS JUICIOS

Por: Germán Hennessey

Agradezco a Mercy Fernández por su generosidad conmigo y esta columna; a Meivys Mendoza por su apoyo. Inicio el sexto año de ‘Negocios y estilo’valorando la confianza del equipo Enfoque Lifestyle y de sus lectores.

De corazón, ¡gracias mil!

En muchas ocasiones, al terminar una sesión de taller sobre formación empresarial o una charla, me han abordado para pedirme un tiempo adicional en busca de una opinión o consejo, lo que hago con gusto y susto; lo primero, agradecido por la confianza al desear explicarme alguna situación personal y, lo segundo, porque no sé a qué me enfrentaré al desconocer el momento de vida de quien me aborda; así pues, con mucho respeto y prudencia evito dar consejos, aunque sean solicitados.

Al escribir columnas como esta, los autores solemos caer en la tentación de dar consejos a los lectores, ya sea en forma de recomendaciones, sugerencias o de guías para hacer esto o evitar aquello. De hecho, en este artículo te pediré que no des consejos a las personas, lo que de hecho puede ser uno para ti; sin embargo, lo aprecio más como una invitación realizada para tu reflexión personal.

LO FÁCIL DE ACONSEJAR

Nos encanta aconsejar, nos fascina recomendar a los demás, nos emociona sugerirles a otros qué hacer o no hacer; nos deleita escucharnos cuando damos, lo que consideramos, un buen consejo.

Un consejo es un juicio de valor, una recomendación cargada de creencias personales, una propuesta que hacemos desde nuestra propia perspectiva de vida; está influenciado por nuestros valores, paradigmas, aprendizajes personales, marcos o referentes educativos, sociales y culturales; sin embargo, en la gran mayoría de los casos, no somos conscientes de esas influencias. Lo damos desde un momento específico —el presente— lo que significa que ante una situación similar futura, podríamos no dar ese consejo u otro cercano; incluso, podríamos ofrecer uno de tipo opuesto.

“Haz esto”, “tú deberías”, “lo mejor es que tú”, suelen ser algunas expresiones para aconsejar; o su versión negativa: “No deberías”, “no hagas”. Otra opción es la de “yo que tú…”, es decir, sugerir hacer lo que haríamos, sin considerar que la otra persona es alguien diferente, con circunstancias de vida propias.

Un consejo puede que no sirva a quien lo escucha, llegando a ser perjudicial si lo acepta y, no menos importante, tal vez, la persona no desee recibirlo o no lo esté solicitando; entonces, ¿aconsejar o no?

EMPATÍA INCLUYE NO ACONSEJAR

Entre las ocasiones que un consejo es inadecuado, es al escuchar al otro con empatía. Mientras te relatan la situación, quien lo hace, requiere y desea percibir que te esfuerzas de manera honesta en comprenderla; que te concentras en ella —la persona— y su historia.

Actuar con empatía nos pide valorar al otro en toda su extensión, respetarle bajo sus propias condiciones y perspectivas. Las preguntas que se hacen se orientan a entender mejor el contexto y acciones de quien confía en ti para narrarte su caso. El parafraseo se utiliza para permitirle saber que has entendido su situación, tal como te la describe, permitiéndote expresarle “me conecté contigo”. Preguntar por las circunstancias u otras personas implicadas sobra, si deseas mostrar empatía; asimismo, indagar por detalles o pedir explicaciones, tampoco ayudan en una conversación empática.

Quien te relata parte de su vida desea ser escuchado y comprendido, busca que percibas sus emociones y sentimientos: duda, certeza, alegría o tristeza. Lo que menos le interesa, además de lo mencionado, son las críticas —por bienintencionadas y constructivas que parezcan— y los consejos —así sean ‘de corazón’, con buenos propósitos, ‘desde tu experiencia’ o considerados útiles para quien te habla—. Si recuerdas la última situación de este tipo, seguro tendrás claro que esa persona no te pidió consejo.

UN CONSEJO, UNA MIRADA

Suelo decir en algún momento de cualquier taller o charla, que parte de mi misión es hacer preguntas y no dar respuestas, pues una respuesta define un camino, cerrando a veces oportunidades a otras alternativas; mientras una pregunta obliga a la reflexión personal, evaluar pros y contras; además de sopesar deseos y temores para poder responderla y al hacerlo, tomar una decisión a conciencia, explorando las opciones probables.

Los buenos consejos son similares: ayudan a abrir horizontes a partir de la reflexión propia; cuando recibes una recomendación pertinente, te facilita pensar en la situación desde una perspectiva diferente, quizá nueva, que no habías considerado, porque tenías la mente nublada por la angustia, temor, ansiedad, entre otras o porque desconocías del tema. 

Un buen consejo te saca de tu zona de estrés y comodidad, de manera serena, sencilla y suave, sin el señalamiento de la crítica, el juicio o ‘lección de vida’ que viene incluida. Cuando percibes un buen consejo, quizá abres los ojos, mostrando que has abierto tu mente; guardas silencio para reconocer esa ventana que permite entrar nueva luz y disfrutar el nuevo horizonte, miras a la persona con la sorpresa en la sencillez de las palabras y la honestidad de su mirada.

Del otro lado —el aconsejador—, recomiendo tener en cuenta que la primera regla es que el consejo sea solicitado; la segunda, hacerlo con respeto a la otra persona y sus circunstancias; la tercera, hacerlo con el fin descrito antes; la cuarta, aceptar un “eso no me sirve” o “eso no me parece” por respuesta, lo cual significa que no han tomado nuestra sugerencia.

Como aprecias, por su complejidad, prefiero no dar consejos o evito hacerlo, aunque agradezco la confianza al solicitármelo; a cambio, prefiero hacer preguntas para la reflexión personal y el encuentro de ideas propias. Si la persona persiste en la solicitud, pido permiso para dar una sugerencia que, a diferencia del consejo, no plantea “este es el camino”, sino que propone alternativas para considerar.

¿Fácil dar consejos?, sí. ¿Difícil evitar darlos?, también; la ventaja adicional es que construye buenas relaciones, basadas en el respeto y la responsabilidad mutua. Así que, con tu permiso, te hago la invitación para tu reflexión. Prueba y me cuentas.

Te deseo un año pleno de bendiciones, amor, salud y grandes oportunidades para ti, tu familia y grupo social.

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