POR: FABRINA ACOSTA
Es importante abrir espacios a reflexiones sobre las representaciones que se tienen del cuerpo femenino y las cargas culturales que se establecen a estos, naturalizando, incluso, prácticas como el acoso callejero y el cumplimiento de altos parámetros estéticos; por tanto, se puede mencionar que existen mujeres que, desde la adolescencia, rechazan su esquema corporal por no cumplir con las exigencias de la estética que la sociedad establece, pues no se viven desde el placer, amor propio o la seguridad, gracias a paradigmas que alteran su visión de las cosas y estructura psicoafectiva, las cuales pueden generar, también, trastornos de alimentación o diferentes problemáticas, entre ellas, baja autoestima, depresión o ansiedad.
En ese sentido, es importante que se propicien cambios en los paradigmas colectivos e individuales, para lograr nuevas narrativas que establezcan al cuerpo femenino como un universo cargado de libertades, derechos, igualdad, equidad y dignidad humana.
De esta manera, la salvación —que es subjetiva y no impuesta— de los imaginarios prejuiciosos y lapidantes de los cuerpos femeninos, se consolida en permitirnos amar, sentir, expresar, crear, conmover y explorar los sentimientos con libertad; es hora de convertir las violencias contra las mujeres en una categoría del pasado y comenzar a otorgarle absoluto protagonismo a su contracultura: el amor, los derechos garantizados, el arte, la hermandad, el respeto por las diferencias y la capacidad de perdonar. Sin embargo, todo ello no acontece por arte de magia, ni siguiendo fórmulas; ocurrirá en el momento que se condene la violencia, valore el amor, respeten las libertades y faciliten las resignificaciones de roles de género que le impiden a las mujeres vivir su figura como su propiedad y no desde imposiciones culturales que las condicionan a ser lo que otros quieren que sean.
LENGUAJES CONDICIONANTES, CUERPOS ADHERIDOS
El imaginario colectivo de las sociedades está involucrado de manera directa con el lenguaje y los discursos, lo cual se puede argumentar en lo que propone (Van, 1994, p.9) quienrefiere que: “A través de un estudio del discurso se puede lograr comprender los recursos de dominación utilizados por las élites, pues estas son las que tienen un control específico sobre el discurso público. Es un poder que permite controlar los actos de los demás, pues definen quién puede hablar, sobre qué y cuándo. Van Dijk, considera que la autoridad de las élites es un poder discursivo, ya que a través de la comunicación existe lo que se denomina ‘una manufacturación del consenso’, lo cual se trata de un control discursivo de los actos lingüísticos por medio de la persuasión, la manera más moderna y última de ejercer el poder. Los actos son intenciones y controlando las intenciones se controlan los actos, existe entonces un control mental a través del discurso. Es muy interesante llegar a la conclusión de que los actos de la gente, en general, son discursivos”.
Esto tiene que ver con lo que expone Maingueneau, D (1996) sobre “el poder de persuasión de un discurso se debe por una parte al hecho de que obliga al destinatario a identificarse con el movimiento de un cuerpo, así sea un tanto esquemático, investido de valores históricamente especificados”.
Si bien el mismo autor menciona en su texto el ‘Enunciador encarnado’ que el ethos es una noción discursiva, la cual se construye a través del discurso y está profundamente vinculado a un proceso interactivo de dominio de otros, es decir, hace referencia a un comportamiento socialmente evaluado; implica un condicionamiento e influencia del contexto en las mujeres con lo que le es aprobado o no, con lo que le gusta o no a los hombres o a quienes ejercen en ella algún poder y orientan la vivencia de su cuerpo —integral— con unos mandatos que no siempre representan su plenitud y que le dan apertura a las microviolencias o violencias simbólicas, convirtiéndose esto en un problema para su equilibrio en general.
Por ello, las mujeres sin receta están llamadas a cambiar narrativas que les permitan liberarse de construcciones socioculturales limitantes de su ser y, especialmente, a vivir su cuerpo físico, sexual y social a plenitud, no condicionado a esquemas estéticos que afectan su autoestima.
Se considera pertinente finalizar con la reflexión que hace (Lamas, 1995) en su ensayo ‘Cuerpo e identidad’, donde “explica aspectos que tienen que ver con la manera cómo se desarrollan los procesos culturales, mediante los cuales las personas se convierten en hombres y mujeres”. Por tanto, plantea la necesidad de resignificar los cuerpos, sin limitarnos a lógicas sexistas, que es uno de los desafíos a los cuales se enfrentan las mujeres capaces de cambiar recetas y que se atreven a escribir sus propias historias, más allá de los mitos.
El cuerpo femenino merece libertad y respeto, no debe estar condicionado a violencias, ni a mandatos de estéticas que sean impuestos por terceros o estructurados en paradigmas; con esto es pertinente aclarar que ciertos imaginarios están llamados a la transformación absoluta para lograr que las mujeres puedan estar seguras en sitios públicos y realizar distintas actividades solas, sin temor por lo que personas ajenas a ellas puedan hacerles. Es hora de las trasformaciones sociales con perspectiva de género y lo tratado en esta nota es uno de los caminos para lograrlo.