POR: GERMÁN HENNESSEY
He declarado que el 2021 es el año de la esperanza, teniendo un espíritu optimista en que, como solemos decir, las cosas serán mejores; por eso, este tema que te propongo, es algo en lo que trabajo para mí. La (Real Academia Española, s.f.) define la esperanza como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. La confianza, como la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo” y el “ánimo, aliento, vigor para obrar” (Real Academia Española, s.f.) La incertidumbre, como la “falta de certidumbre” (Real Academia Española, s.f.), y esta última, como la certeza, que es la “firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor de errar” o el “conocimiento seguro y claro de algo” (Real Academia Española, s.f.)
En este segundo año afectados por el COVID-19, que se suma a todas las situaciones cambiantes en los diferentes campos de la vida personal, empresarial y del país, ¿podemos tener confianza ante la incertidumbre?, ¿tiene sentido confiar o tener esperanza, cuando es tan incierto el mañana? He aprendido que sí. Aunque suene contradictorio, es cuando más debemos confiar, requerimos de una mente optimista, un espíritu animado en que las cosas mejorarán, que mañana también será un buen día o, para otros, uno mejor.
Suelo pedirles a las personas que atraviesan un momento de aflicción o de problemas, que tengan serenidad; frente al mar embravecido, ¿cómo pedir calma? En un programa de televisión especializado —cuya fuente no recuerdo— explicaban que quienes caen a un río tumultuoso y empiezan a nadar de manera desesperada para alcanzar la orilla, suelen morir ahogados; también, mostraron cómo, quienes mantienen la calma y se dejan arrastrar por la corriente de agua, son empujados hacia la orilla o áreas más suaves. Me sirve para explicar el punto: en una situación difícil, tener serenidad es una gran habilidad para superarla. En un año en el que la incertidumbre aumenta, se torna más complejo vaticinar el futuro inmediato, ni qué decir el lejano, y que cualquier plan queda roto sin haberse iniciado; asumirlo con confianza puede generar el cambio personal requerido.
MAÑANA SERÁ TAMBIÉN UN BUEN DÍA
En ocasiones, solicito a los participantes de mis talleres de formación, en un ejercicio individual y grupal, que encuentren razones para agradecer ‘aquí y ahora’; les pido que dejen de lado aspectos como la salud, familia, el trabajo, etc., y se concentren en recordar personas que les hayan ayudado, circunstancias favorables que no han apreciado, es decir, lo que se les escapa en el trajín diario y por recitar de manera casi automática el agradecimiento; este mismo ejercicio empecé a hacerlo como hábito el año pasado. Como muchos, he sentido los efectos de la pandemia, por fortuna, los cuidados nos han permitido mantener alejado el COVID-19 en la familia. Entonces, en días a veces caóticos, de temor y preocupaciones, hacer en la noche de manera consciente, detallada y serena, una lista de personas, hechos o circunstancias por los cuales agradezco, me permite concluir con alegría que el día ha sido bueno; luego, con confianza, me digo: “Mañana será también un buen día”.
CARPE DIEM
“Carpe diem, quam minimim credula postero”, escribió el poeta romano Horacio en sus Odas, que traduce “aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana” (Significados, s.f.)
Si el mañana es una incertidumbre, pues no se ha vivido y no sabemos cómo será, entonces, ¿para qué angustiarse pensando en hechos que probablemente no sucedan?; si no podemos tener la certeza que algo será de una u otra manera, ¿para qué sufrir imaginando lo peor? Si la vida en el último año nos demostró que todo puede cambiar en un instante, ¿qué ganamos con intentar predecir lo que podrá suceder?; abraza el día, dedícate al presente, aquí y ahora. ¿Cuál es la acción que está en tus manos, puedes ejecutar y que de más nadie depende?, te pregunto. Pausa la lectura y date una respuesta. La mía: tu pensamiento y comportamiento.
Así como puedes pensar en términos negativos o imaginar que lo peor podrá suceder, también tienes la opción de hacerlo positivamente y considerar que lo mejor puede pasar. Así como puedes actuar con desespero, rabia o temor, puedes decidir actuar con tranquilidad, de forma meditada y buscando un bien común. Soy consciente que muchos han sufrido por la muerte de un ser querido o de alguien en su entorno, que la pandemia les ha significado pérdidas económicas, reducción del salario o quedarse sin empleo; muchos se sienten angustiados sin poder salir o prisioneros en casa y, a pesar del anuncio de una vacuna, no vemos cerca el final y la posibilidad de retornar a la vida normal o a la nueva normalidad.
ESPERANZA
“En el cristianismo, virtud teologal por la que se espera que Dios otorgue los bienes que ha prometido”, define también la RAE a la esperanza. Confiar en la prueba o durante ella, es una expresión de fe, que invita a creer, sin duda alguna, que Dios obrará a su favor, mientras la persona padece la más dura de las situaciones o recorre un camino de dolor, enfermedad o tristeza; cuando compartí el título de esta nota, me enseñaron eso. Similar creencia tienen las personas de otros credos; esa fe les da fuerza para continuar y esperar un mejor día. Respetuoso de la religiosidad de cada uno, opto por enfocarme en lo que, independiente de la fe o sumando a su fe, cada uno puede hacer: tener una actitud optimista y positiva, con pensamientos serenos y acciones entusiastas, motivados por la confianza en la incertidumbre, en la esperanza que mañana será también un buen día; o, que mañana, será mejor.
Agradezco a Mercy Fernández la confianza para permitirme acompañar a los lectores en este nuevo año, el séptimo ya, y a su equipo de trabajo por su valioso apoyo. ¡Es un placer caminar a su lado!