viernes, julio 26, 2024
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ARQUITECTURA: LA DISCIPLINA QUE VA MÁS ALLÁ DE UNA PRODUCCIÓN MATERIAL

POR: GIOVANNI DE PICCOLI

La arquitectura es más que piedra, concreto, acero y vidrio, pues erróneamente se cree que es solo un proceso técnico que, acompañado de una praxis profesional, finaliza con la producción de un edificio, el cual deberá cumplir con una función, aquella específica para la cual fue creado. ¡Qué lejos se está de la verdad!, lo cierto es que hacer arquitectura es un verdadero proceso mental, que en el diseño de ese habitáculo hay implicaciones de todo tipo; desde los planteamientos filosóficos, las características sociales y culturales del contexto, donde se implantará la obra arquitectónica; como también los aspectos sensoriales y tratamientos emocionales que le proporcionarán su impacto visual, de acuerdo a tendencias y estilos que marcan un lugar en el tiempo y una vivencia del espacio construido. Todo esto y mucho más decanta en algo que se suele decir a menudo en estas disciplinas, las cuales están entre el arte y la ciencia: el concepto y la creación.

Como arquitecto, fui formado en las artes, pero también en técnicas que permiten generar un objeto que será ocupado por una comunidad de personas, aquellas que se establecen en un ámbito familiar; hasta las que implican una reunión de muchos seres que se aglomeran en un lugar para comprar los alimentos de su subsistencia, practicar una creencia religiosa, asistir a una gala deportiva, trabajar en los muchos saberes que nos definen como una especie pensante y realizadora de portentos y maravillas en sus muchas posibilidades del diario hacer humano; hasta compartir un momento íntimo, disfrutar de la recreación y el ocio e, incluso, el lugar donde separado de una comunidad deberá, un grupo de personas, cumplir una condena o aquel que será nuestra última morada terrenal.

La arquitectura es la viva imagen de lo que somos como cultura, mientras que la ciudad es el lugar que aglutina nuestras diferencias y divergencias, como también convergencias y similitudes. No existe ciudad igual a otra, cada urbe alberga en sus calles plazas, plazoletas, parques y lugares públicos o privados, una historia que contar; es así que pasear por los Campos Elíseos en París, Francia, será muy diferente que recorrer las callejuelas, puentes y recovecos en Venecia, Italia; como también estar inmerso entre luces, estallidos de color, fuentes maravillosas, hoteles y casinos, que desde su apariencia y estética formal te invitan a estar despierto en la ciudad que nunca duerme, Las Vegas, Nevada o la Quinta Avenida en el Distrito de New York, en donde, al igual que en los tres lugares antes mencionados, el mundo se hace grande por lo que ofrecen desde sus cosmopolitas oportunidades; al tiempo que se empequeñece, porque tropiezas con otros habitantes del mundo que, desde tu posición como foráneo puedes, de alguna forma, sentirte nativo y ciudadano del mundo.

La arquitectura es imagen de civilización, aquella extinta, pero que nos asombra; quién no se siente maravillado ante las pirámides de Giza en Egipto, La Gran Muralla en China, el Coliseo de Roma, la Acrópolis en Atenas o la Alhambra en Granada, España; cómo no sentirse conmocionado ante las obras de arquitectura e ingeniería contemporáneas que parecen ser sacadas de un libro de ciencia ficción como la ciudad de las artes y ciencias de Valencia, de uno de mis arquitectos favoritos: Santiago Calatrava, el bellísimo MAXXI —Museo Nacional de Arte del Siglo XXI de Roma— de la arquitecta más famosa de todos los tiempos, Zaha Hadid, o el Museo de Arte de Denver en Estados Unidos, una apología a la axialidad, el movimiento y la deconstrucción del mejor de todos: Daniel Libeskind.

La arquitectura es tan relevante en el mundo que tiene valores no solo estéticos, sino simbólicos, místicos y espirituales. Los arquitectos, a lo largo de la historia de la humanidad, al igual que los artistas, plasman en sus obras un sentir que no se puede describir con palabras; pues en el momento que recorres estos espacios, te inducen, quizá, más allá de apreciar el monumento del ayer u hoy; preguntarte ¿cómo lo hicieron?, ¿de qué manera lo lograron?, ¿es posible que esto aún se conserve parcial o totalmente?, es así que entrar a la Catedral de Notre-Dame de Amiens, la más grande de Francia, te hace sentir pequeño, no por su magnánima estructura, sino por esa experiencia mística que cala los huesos para el creyente o no creyente; misma sensación que se siente en la Catedral de Brasilia del célebre arquitecto latinoamericano, Oscar Niemeyer, o en la Catedral de Cristo de la Luz en Oakland, California; cuya luz en las tres es ese efecto maravilloso que se filtra por sus vidrieras, ventanales y vitrales de colores, que inundando el recinto interior, penetra en tu propio ser, conectándote con el más allá desde el aquí.

A veces no se trata de la luz, pues es la misma historia y su pasado que te llenan de sentimientos y emociones, las cuales pueden conmoverte de alegría como subir a la Torre Eiffel, estar debajo del Arco Gateway en la ciudad de San Luis, estado de Misuri, Estados Unidos; o en las ruinas de Stonehenge en Inglaterra o, por el contrario, sacarte una lágrima de melancolía al visitar el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, en el que fueron exterminados un millón cien mil judíos y en donde la sombra del movimiento nazi parece aún caminar lúgubremente por las edificaciones; o el Ground Zero en New York, que a pesar de la belleza del otrora World Trade Center, es un gran mausoleo contemporáneo, un cenotafio a las víctimas del 11 de septiembre de 2001.

Como arquitecto y maestro de esta bella disciplina en la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, en su facultad de Arquitectura y como coordinador del ciclo de fundamentación de la misma, recibo a los estudiantes de primer semestre, aquellos que decidieron hacer de su proyecto de vida esta profesión que no es fácil en nuestros países latinoamericanos. Trato de transmitirles la praxis de la carrera, la cual no es solo saber diseñar espacios por grandes o pequeños que sean, es crear experiencias de vida; por lo tanto, en ese habitáculo debe sentirse cómodo, confortable y en conexión con el entorno que lo abraza, pues esa relación interior y exterior es como en la piel que vives; así pues, debes ser sensible a tus propias percepciones y emociones, ¡un lugar para vivir, recorrer y gozar; no solo existir!

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