Hoy en día, las personas están inmersas en el océano infinito de la tecnología, debido a que de muchas maneras dependemos de dispositivos electrónicos, los cuales minan cada vez más las capacidades humanas. Ciertamente, durante la segunda década del siglo XXI, los avances en las telecomunicaciones, sistemas de producción en cadena, junto a técnicas sustentadoras y para alargar la vida en medicina; asimismo, la manipulación de genes dirigida a mejorar las especies —vegetales o animales— y los nuevos medios cibernéticos, aplicados en la actualidad sobre cualquier posible imaginario, donde el ser humano vive cotidianamente; han dejado atrás la era industrial de finales del siglo XIX y la atómica a mediados del XX, permitiendo experimentar actualmente la Era Digital.
La tecnología, como todo, no puede catalogarse de forma negativa o positiva, ya que corresponde al proceso normal de nuestra naturaleza evolutiva, donde acudimos al llamado de crear o co-crear, es decir, acercándonos a la divinidad siendo inventores; sin embargo, dichos avances tienen un precio alto para la humanidad, y su costo está llegando en facturas con números rojos. El fuego fue descubierto por el hombre hace aproximadamente 790 mil años, de su uso rudimentario que catapultó la evolución humana, pasó a ser un elemento controlado por el ingenio de los individuos; vinculado al 90% de las actividades que permiten sustentar el hábitat de todos los seres vivientes alrededor del mundo, produciendo así, energía capaz de generar luz y calor; hecho que llevó a descubrir la fusión atómica y a partir de dicho factor progresivo, iluminar una ciudad o destruir un país.
El mundo del arte no es ajeno al uso de la tecnología, personalmente me resulta conmovedor que en el siglo I a.C. Policleto esculpió el Doríforo, una majestuosa estatua en mármol de 2.14 metros, aproximadamente, cuya perfección estableció el canon de belleza, composición, equilibrio y el movimiento del cuerpo masculino, proporcionado como un ideal: ‘Canon’. Se desconoce una fuente documental que indique cuánto tardó este artista en esculpir una de las esculturas más célebres en la historia del arte, pero únicamente con cincel y martillo moldeó el material sólido y gestó este ser de piedra; en definitiva, si esto no es arte y técnica, no podría llamarse de otra manera.
En tiempos más cercanos, la Torre Eiffel, monumento emblemático de los franceses y elemento icónico mundial, cumplió 130 años el pasado 31 de marzo; el cual constituyó un éxito de la ingeniería en aquel momento, y aunque no resultó tan atractiva para la estética de dicha época, su tecnología permitió que actualmente, después de un largo tiempo, siga en pie. Esta pieza escultórica de 324 metros de alto tardó en construcción 2 años, 2 meses y 5 días con alrededor de 18.038 piezas de hierro y 2.5 millones de remaches. Lo anterior, quiere decir que el buen arte perdura toda una eternidad, inspirando la edificación de otras torres en el mundo que en la contemporaneidad, a pesar de las técnicas, materiales y uso, no logran superarla; por ejemplo: la CN Tower en Toronto, Canadá; La Perla del Oriente en Shanghái, China; La Space Needle en Seattle, Estados Unidos; la Torre de telecomunicaciones de Montjuic, del famoso arquitecto Santiago Calatrava, el mismo que diseñó el último rascacielos con mayor altura de la tierra, actualmente en construcción en Dubái, llamado simplemente The Tower; el cual será inaugurado en el 2020 con una tecnología de aproximadamente 1000 millones de dólares.
Ciertamente, en el campo del arte, la arquitectura y el diseño, la tecnología es una herramienta que permite crear; el proceso en estos ámbitos no excluye el pensamiento lógico, valores estéticos, cálculos paramétricos, materialidad de las piezas y, mucho menos, la valía sin precio que es el talento, sensibilidad plástica y emoción humana. Quizás, son estas las disciplinas que permiten ver al hombre como un ser capaz de hacer artefactos realmente maravillosos, los cuales trascienden el tiempo y espacio; de alguna forma, estas técnicas dignifican nuestra especie, desde mi punto de vista.
En la actualidad, existe una nueva tendencia del arte llamada, precisamente, Arte Digital, que tuvo origen en 1953, en el Sanford Museum. A partir de ese momento, hasta el presente, ha tomado caminos diversos; algunos muy interesantes dentro de la plástica contemporánea y de acuerdo a la técnica empleada —con la aplicación de software especiales de carácter vectorial, graficadores, alteradores y modificadores de la imagen—, se pueden obtener piezas de un alto valor estético, junto a un arcoíris de temáticas; dando paso libre a la creatividad del artista y la posibilidad de transmitir, a quien lo aprecie, sensaciones que conectan con este nuevo mundo de representación artística.
Considero conveniente mencionar que este tipo de manifestación también posee detractores, pues la suponen principalmente una habilidad técnica para manipular tecnologías contemporáneas de computación y sistemas algorítmicos. A pesar de ello, ¿cómo negar lo que el avance de los medios digitales nos ofrece día a día? ¿Cómo obviar que cada vez nos convertimos en una especie visual, puesto que la imagen, sin importar cuál sea, se convierte en un medio de comunicación certero y verídico? Soy un artista visual, mi herramienta de creación y objeto de estudio corresponde a la mente; a partir de ese proceso, lo digital solo termina siendo una vía que me permite transmitir el arte en el cual estoy incursionando, y cuando me siento en el ordenador, la musa de la inspiración artística se apodera de los comandos, la imaginación fluye y las manos obran. Igualmente, quiero pensar que lo realizado por Policleto, gracias al cincel y el mazo, es aquello efectuado a través del teclado y un programa; ya que la intención final es el arte y el buen arte perdura para siempre, hoy más que nunca, cuando es digital.
Crédito de fotografías: G. De Piccoli