POR: GIOVANNI DE PICCOLI
Recientemente, uno de los personajes más influyentes del siglo XX y parte del XXI falleció, causándole al mundo entero llorar su muerte y celebrar su vida: la reina Isabel II del Reino Unido, un ícono como pocos en la reciente historia de las monarquías, que aún existen en el mundo occidental. Es imposible hablar de reyes y reinas sin que un común denominador esté presente en esas historias maravillosas de un mundo ajeno a la gente común que, en algunos casos, como pueblo regido por estos hombres y mujeres, están rodeados de un halo de divinidad, poder, misterio y riqueza; por lo tanto, son idolatrados, amados, odiados y envidiados. Uno de esos rasgos característicos son sus cabezas coronadas por ostentosas piezas de valor incalculable que, a lo largo de la historia, pasan de generación en generación, convirtiéndose en hitos que, más allá de un contexto local o global, son símbolos de nobleza, superioridad y por qué no, de dominio.
Remontando los albores del tiempo, los faraones y faraonas del antiguo Egipto utilizaban hasta tres tipos de tocados: la blanca, símbolo del alto Egipto; roja, ilustración del bajo Egipto; y unificada —roja y blanca—, símbolo de la unión del reino con dos animales representativos: la serpiente cobra y el buitre. Estos artefactos preciosos eran elaborados en oro, con incrustaciones de piedras como el lapislázuli, ónix y esmaltadas en vivos colores, acompañadas, en algunos casos, de gemas como zafiros o rubíes.
La producción cinematográfica Cleopatra —1963—, protagonizada por Elizabeth Taylor, no escatimó en costos ni fantasía para hacer los tocados, tiaras y diademas, además de una profusa joyería, inspirada en la historia de este también icónico personaje de la antigüedad, quien tuvo a sus pies dos imperios. Posteriormente, en la película Dioses de Egipto —2016—, protagonizada por Gerard Butler y Nikolaj Coster-Waldau —Juego de Tronos—, la parafernalia de joyas es realmente bella y muy apegada a posibles usanzas del antiguo y célebre reinado de gobernantes egipcios en sus muchas dinastías.
El mundo griego antiguo es mucho más simple en relación a estos objetos, las cabezas de los reyes o nobles de la época eran diademas finamente elaboradas, representando las hojas de laurel u olivo, generalmente, en oro; el Tesoro de Príamo con la máscara de Agamenón, evidencian la simplicidad en su orfebrería, pero esto no la hace menos sorpréndete y valiosa. Dado que somos herederos de la cultura occidental, pocas veces miramos hacia el lejano y cercano Oriente; las alhajas de la corte Qing en la China muestran una maestría singular en su ejecución, adornadas de turquesas, perlas y corales que, aunque son gemas o piedras de menor valor para Occidente y los manchúes, estas eran símbolo de sus dioses; por lo tanto, su valor radica en esto. El jade, por ejemplo, era usado como mortaja para la alta sociedad y los guerreros chinos que, a manera de un traje, recubrían el cuerpo, siendo sinónimos de inmortalidad.
Ya en tiempos más cercanos, la exjequesa Mozah bint Nasser de Qatar, es una de las mujeres más influyentes en los Emiratos Árabes Unidos; bella, inteligente y empresaria, quien posee una colección de joyas de valor astronómico, pero, sin duda, el collier serpent de Cartier le hace honor a las coronas más costosas de Occidente, ya que está valorado en 20 millones de euros; una buena competencia para la tiara Spencer, reliquia familiar de la otrora princesa de Gales, Lady Di, quien la lucía a menudo en sus galas y la llevó el día de su matrimonio con el hoy rey Carlos III de Inglaterra.
Y hablando del rey de Roma, la corona real que cubre la cabeza por sucesión del rey de los británicos es la St. Edward, una pieza, cuyo valor está más tasado por su historia que por costo en gemas y metales. Si miramos hacia monarquías vigentes o extintas al otro lado del mundo, Rusia no deja de maravillarnos y la India no se queda atrás, dos ejemplos que involucran estas pesadas reliquias: la Corona Imperial del zar de Rusia, que posee incrustaciones de diamantes de más de 5000 gemas que subyacen ante una espinela roja, piedra poco común, pero muy apreciada durante la Edad Media. Esta corona es invaluable y pasó a varios Romanov en su época de gloria; hoy, hace parte de los tesoros rusos y se encuentra en el Fondo de Diamantes del Kremlin.
La Colección Al Thani es un ejemplo de la riqueza de los maharajás. La India en sí misma es una de las naciones que posee minas de todos los tipos de piedras preciosas; por lo tanto, no se podría esperar menos de la realeza que usara piezas que son realmente arte hecho joyería; aunque, de hecho, si existe un arte para la joyería y se llama glíptica. Un dato importante es que la nobleza en este país lleno de contrastes, es el género masculino que ostenta desde anillos, prendedores, collares, tobilleras, aretes y adornos en sus turbantes con brazaletes y cinturones. Entre las piezas más reconocidas de la cultura, está el llamado Ojo de Tigre, la esmeralda tallada Taj Mahal, el collar Nizam de Hyderabad, collar Nawanagar de rubíes, entre otros.
Elpoder de portar una corona, en muchos casos, quedó plasmado en el arte, desde una pintura en un muro, lienzo de algún rey o reina con los miembros más allegados de su corte. Hace unos años, pude estar en Ravenna, Italia, en el presbiterio de la iglesia de San Vitale y en un espectacular mosaico del siglo VI aparece la emperatriz Teodora y su cortejo en tiempos de Bizancio, el cual me hizo pensar que el detalle de la joyería portada es casi fotográfico. Hoy, en pleno siglo XXI, la admiración a estos seres privilegiados desde cuna, con tradiciones de cientos de años, perdura en medio de historias que traspasan el velo del tiempo, quienes, como los diamantes, son eternos.