POR: MILENA ORTIZ HERNÁNDEZ
En nuestros tiempos, nadie se detiene a cuestionarnos por las motivaciones que albergamos en el corazón mientras realizamos alguna tarea; el público simplemente observa lo superficial: nuestros títulos profesionales y el resultado de la obra de nuestras manos. Aunque el mundo que nos rodea exalta a los más eruditos y la alta productividad para ejercer una gran cantidad de tareas en el menor tiempo posible, para Dios es más relevante lo que hay en el interior del hombre, su corazón y sus pensamientos; esto es evidente al leer las Sagradas Escrituras. Un pasaje que deseo destacar en esta ocasión se encuentra en Éxodo. Cuando se narra el momento en que el pueblo de Israel se dedicó a ofrendar y trabajar para la obra del tabernáculo —el lugar donde Dios derramaría su presencia para habitar en medio de ellos—, es curioso ver varias veces la expresión “sabiduría de corazón”.
Ejemplo de ello es Éxodo 35:35, que dice: “Y los ha llenado de sabiduría de corazón, para que hagan toda obra de arte y de invención, y de bordado en azul, en púrpura, en carmesí, en lino fino y en telar, para que hagan toda labor, e inventen todo diseño”. Es peculiar que, a pesar de que la construcción del tabernáculo demandaba solamente recursos materiales y destreza física, el texto involucra al corazón y la sabiduría, dos elementos que no solemos tener en cuenta para nuestros quehaceres diarios. Asimismo, Éxodo 36:2 relata lo siguiente: “Y Moisés llamó a Bezaleel y a Aholiab y a todo varón sabio de corazón, en cuyo corazón había puesto Jehová sabiduría, todo hombre a quien su corazón le movió a venir a la obra para trabajar en ella”. En este versículo se da a entender que aquello que les impulsó a actuar fue la sabiduría que Dios puso en sus corazones; no fueron movidos por intenciones egoístas, ni los afanes de la vida que, muchas veces, son vanidad, y tampoco les albergó la pereza, ni el desánimo que impide llevar a cabo la faena.
En cambio, nosotros usualmente realizamos muchas cosas con corazones necios, así como también hay una gran cantidad de tareas que dejamos de hacer simplemente por la falta de sabiduría que impulse nuestro interior. Ahora bien, ¿qué significa actuar con sabiduría? En Salmos 119 hay varios pasajes que relacionan los estatutos de la ley de Dios con la sabiduría, un ejemplo es el versículo 104: “De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira”. Si bien nosotros consideramos que la sabiduría es poseer vastos conocimientos, según las Sagradas Escrituras, sabio es aquel que pone por obra la ley de Dios, la cual se resume en amarlo a Él con todo el corazón, alma, mente, fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. La forma más sencilla de identificar si procedemos con sabiduría, es reflexionar si amamos o no al prójimo mientras actuamos.
Ante los ojos de Dios, no es para nada provechoso que seamos los más intelectuales y productivos, haciendo muchas tareas al mismo tiempo, si en medio de todas esas actividades nuestro corazón solo busca la vanagloria y no el bien del prójimo. No tiene valor para el Señor que seamos alabados por nuestra elocuencia, destreza y creatividad, si en nuestro interior no hay humildad, ni mansedumbre. Mientras llevamos a cabo nuestros oficios, aunque sea aparentemente de la manera más prolija, podemos caer en ser necios y no sabios, pues “el necio da rienda suelta a su ira, pero el sabio sabe dominarla”, dice Proverbios 29:11. Sin embargo, ¿cuántas veces no hemos discutido con alguien mientras trabajamos? Podemos estar ejecutando muy bien nuestra labor, aparentemente, pero si en el proceso estamos en contienda, la realidad es que obramos con un corazón necio y no sabio.
De esta manera, poner en práctica los mandamientos de la ley se vuelve una guía para alcanzar sabiduría. No obstante, es necesario aclarar que la sabiduría no la alcanzaremos en ser legalistas, pues, por más que conozcamos los estatutos del Señor, es imposible ponerlos por obra sin el poder del Espíritu Santo que actúe en nosotros para llevarnos a dejar el egoísmo y orgullo, que son contrarios al amor. El único camino para ser sabios es conocer a Jesucristo, Él es la sabiduría hecha carne, su carácter es el reflejo de la ley del Señor. Solo por contemplar con los ojos del corazón la luz del conocimiento de Jesús, es que las tinieblas de nuestro ser se disipan. 2 Corintios 3:18 dice: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor; somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
En otras palabras, necesitamos contemplar y conocer a Jesús para ser semejantes a Él. En Su plan de salvación vemos la mayor revelación de sabiduría: despojándose de la gloria del cielo, se encarnó como un hombre, con las mismas debilidades y tentaciones que nosotros, pero sin caer en pecado; teniendo el mismo poder que creó todo este universo, decidió vivir en humildad y sacrificio, con el fin de recibir el castigo que nosotros los pecadores merecíamos por toda nuestra maldad y, así, liberarnos de la condenación eterna y llevarnos a ser como Él. Cumplir con todo esto requirió un amor perfecto y carácter sin manchas, producto de un corazón sabio que se deleitaba en meditar sobre los bondadosos mandamientos del Señor. Eso es lo que este mundo lleno de afanes y vanidades necesita: más corazones sabios, que sean impulsados para vivir a favor del prójimo, en honestidad, mansedumbre y entrega, con el objetivo de que se cosechen frutos de paz y armonía.