jueves, diciembre 26, 2024
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DE LA QUEJA AL CONTENTAMIENTO: LA IMPORTANCIA DE LA FE ANTE LAS DIFICULTADES

POR: MILENA ORTIZ HERNÁNDEZ

Esos días en que sentimos que nada nos salió como esperábamos, solemos lanzar la expresión: “¿Por qué a mí?” Es normal que, al presentarse un problema que daña nuestros planes, nos llenemos de ira y carguemos con la pesadez de la amargura, mientras buscamos solucionar el asunto. Incluso, por cosas muy insignificantes, somos muy dados a quejarnos; mientras vamos manejando, refunfuñamos contra otro conductor que se nos atraviesa o cuando nos tropezamos y golpeamos un dedo del pie, renegamos. Pareciera que estas expresiones de queja no lastimaran a nadie, podemos pensar que no estamos haciendo nada malo, pero la realidad es que cada queja que brota del corazón, aun, si no sale por nuestra boca, es murmuración contra la divina providencia de Dios, la cual ha orquestado todos los sucesos de nuestra vida.

En las Escrituras, podemos ver que para Él es una gran ofensa que el pueblo dude de su bondad en medio de ellos. Pablo, en 1 Corintios 10:11, nos invita a mirar la actitud del pueblo de Israel, mientras anduvo en el desierto, expresando: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. El apóstol, les recuerda a los corintios aquella vez que los israelitas, luego de que Dios los libró de manos del faraón, codiciaron la carne y desearon volver a la esclavitud de Egipto, porque pensaban que ahí se alimentaban mejor, dice Números 11:4. También, les menciona cuando tentaron al Señor, cuestionándole: “¿Por qué nos han sacado de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay comida ni agua, y detestamos este alimento tan miserable”, relata Números 21:5. Además, señala que cayeron en idolatría y murmuración, siendo destruidos muchos por esos pecados.

Allí, en el desierto, Dios hizo un milagro a través de Moisés, quien golpeó una roca y de ella brotó agua para que los israelitas bebieran. Al respecto, Pablo, en 1 Corintios 10:3-4, dice: “Todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía. La roca era Cristo”; es decir, ese milagro era una sombra de lo que sería Cristo para nosotros hoy: el agua que sacia nuestra sed. Jesús, en la cruz, fue golpeado como esa peña en el desierto para que su sangre se derramara y saciara el corazón de todo el que crea en Él. Asimismo, es solo por medio de la muerte de Cristo que los hijos de Dios pueden recibir todas las bendiciones, porque por sí mismos no merecen ninguna.

Por eso, no es poca cosa cuestionar el cuidado de Dios, porque vivir en descontento e insatisfacción es el resultado de creer que no es suficiente la obra de Cristo. Cuando llegan las aflicciones y nos llenamos de amargura por ellas, es como si le dijéramos a Dios: “Te has equivocado en hacerme vivir esto, no lo merezco”. Cuando no hemos recibido algo que creemos necesitar, y nos quejamos, le estamos diciendo a nuestro buen Padre: “No estás cuidando de mí como deberías, no me estás proveyendo lo que necesito”. Todo esto se puede resumir en una palabra: incredulidad, es falta de fe pensar que Dios no cuida de sus hijos en medio de las aflicciones.

Así pues, el primer paso para salir de la queja es arrepentirnos de ella. No se trata de que no podamos entristecernos en medio del sufrimiento o que no aspiremos a obtener algo que deseamos, el problema radica cuando por esa situación de dolor o carencia de algo, nos volvemos en contra de Dios, siendo desagradecidos y viviendo en amargura continua; cuando esto pasa, hemos caído en idolatría, porque ya no satisface Dios el alma, sino que espera ser saciada con algo más. La correcta forma de enfrentar estas cosas es yendo en oración, descansando en Dios, teniendo la certeza que Él obrará en medio de esa situación dolorosa y confiando en que, si entregó a su hijo Jesucristo, no nos negará nada que sea para nuestro bien.

Si estamos en amargura, debemos examinar nuestros corazones e identificar en qué áreas somos desagradecidos. Todos tenemos, en cierta medida, un descontento hacia algo de nuestras vidas; para unos, la inconformidad puede ser la ausencia de algo material, pero para otros puede ser por causa de una herida del pasado que les hace cuestionar a Dios: “¿Por qué me pasó esto?” Algunos están aún cargados por momentos dolorosos que tuvieron en su infancia, otros se lamentan, tal vez, por una enfermedad que padecen; en estos casos, es difícil seguir creyendo en la bondad de Dios, pero dejar de murmurar y ser agradecidos por todo, incluyendo los sufrimientos, nos liberará de la amargura y traerá contentamiento al alma.

Si te lamentas por lo que perdiste o te cargas por lo que aún no tienes, ve a Cristo en oración para saciarte de la fuente de agua viva y tu queja se vuelva contentamiento al alma. Si reconoces que no mereces nada bueno de parte de Dios, pero tienes fe de que Cristo compró para ti la bendición que tu alma necesita, podrás disfrutar de la plenitud que habló Jonathan Edwards: “Cristo es como un río, en el sentido de que es suficiente, no solo para un alma sedienta, sino que al saciarla, su caudal no disminuye”.

Espero que también puedan consolarte estas palabras de Octavius Winslow sobre el cuidado tierno del Señor con sus hijos: “Cuán preciosa es tu alma para Aquel que cargó con todos tus pecados, sufrió por ella toda su maldición, Quien soportó por ella indecibles ignominias y sufrimientos y Quien la redimió con su sangre preciosa. Guardado también, por su Espíritu, está su reino de justicia, gozo y paz dentro de ti. Te insto a comprender que, cualesquiera que sean tus luchas mentales, conflictos espirituales, dudas y temores, tus “tiempos” de abatimiento del alma, están en manos del Señor. Allí guardados, seguros, están tus intereses espirituales”.

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